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Poco a poco, y traído al conocimiento del público por noticias como los incendios de pajonales o la aparición de carpinchos en un barrio cerrado, lo que antes llamábamos pantanos, bañados o esteros están siendo mejor conocidos como “humedales”–técnicamente un área donde la presencia de agua en el suelo y subsuelo es permanente o casi permanente -.

Mucho más allá de su mala ganada fama como lugares inútiles y aún peligrosos, los humedales cumplen una función ecológica de suma importancia: actúan como reservorios que conservan el agua de lluvia, a partir de lo cual regulan el flujo de ríos y arroyos evitando inundaciones y sequías, y configuran importantes centros de biodiversidad, ya que albergan una gran cantidad y variedad de fauna y flora.

También son un recipiente de recursos naturales para las poblaciones aledañas, ya que de ellos se extrae madera y otros recursos vegetales, se pesca y caza y se pasta el ganado en épocas de seca.

Sin embargo, esas funciones usualmente aparecen ocultas o son consideradas de poca importancia relativa ante la idea de su poca utilidad económica o directamente por ser un obstáculo para el desarrollo de algunas actividades, como la expansión urbana, la construcción de infraestructura o el desarrollo de la agricultura.

En la Argentina hay un notable desarrollo de humedales, lo que contrasta con el usual imaginario de ser un país solo de llanuras y montañas. Hay dos que podríamos considerar icónicos: el Delta del Paraná y las lagunas del Iberá, pero desde la Puna hasta la Patagonia hay decenas de humedales, como los Bajos Submeridionales de Santa Fe y el Chaco, la laguna de Mar Chiquita en Córdoba, la bahía de Samborombón en Buenos Aires o los Bañados de la Amarga en Mendoza.

Cubren aproximadamente el 15% de la superficie del país, estos es unos 40 millones de hectáreas, aunque esta cifra puede ser muy superior, porque no hay todavía una estimación ajustada de su superficie.

Su cantidad y tamaño están en constante disminución, justamente por la presión de las actividades económicas y la expansión urbana.

Como siempre sucede en el tema ambiental, existe una tensión entre la utilidad económica o social directa y de corto plazo y las ventajas ecológicas de largo plazo de la conservación de los bienes de la Naturaleza.

En relación a los humedales, podríamos pensar que esa tensión se manifiesta en cuatro posibilidades en relación a su futuro, no necesariamente contradictorias: una es la conservación de una parte de ellos sin alterar su estado actual, mediante la creación de reservas naturales estrictas que impidan su uso; la otra es lo que podríamos llamar “conservar produciendo”, esto es, permitir algunas actividades económicas muy reguladas, tales como la caza y la pesca, la extracción de madera o los usos recreativos.

La tercera posibilidad es “producir conservando”, permitir el uso de los humedales para actividades de bajo impacto ambiental, tal como la ganadería en pastos naturales, regulando la cantidad de animales para mantenerlos por debajo de la capacidad regenerativa del humedal o la tala selectiva, utilizando solamente los ejemplares maduros por debajo de la tasa de reproducción y crecimiento de los árboles potencialmente útiles.

Finalmente, existe la alternativa directamente productiva, que consiste en la práctica en la eliminación del ecosistema como tal a través de la extracción del agua por la vía de la canalización, el relleno y la nivelación.

Esta última es la opción que, de hecho, hemos adoptado hasta ahora en la mayoría de los casos: sobre los bordes del viejo ecosistema se extienden los cultivos, las forestaciones, las rutas y los pueblos hasta que del humedal queda solo el recuerdo (y a veces el nombre).

En muchos casos (la mayoría) estos lugares están condenados a ser inundados en la próxima temporada fuerte de lluvias, cuando el agua, como siempre hizo, busque donde acumularse y no encuentre un suelo que la absorba sino cultivos, plantaciones y cemento.

En nuestro país distintos sectores de la sociedad proponen adoptar alguno de los cuatro criterios, sin que hasta ahora nos hayamos puesto de acuerdo cual usar (o como combinarlos) en casa caso.

Grupos de ambientalistas, productores agropecuarios y forestales y desarrolladores urbanos, entre otros, discuten acaloradamente, mientras que, sin una legislación adecuada, el destino de muchos humedales queda a cargo de cuál sea el sector que tenga mayor fuerza económica y política o capacidad de presión, aunque a veces una simpática invasión de carpinchos nos llame – por poco tiempo – la atención.

Hay en el Congreso actualmente (no es la primera vez) un proyecto de Ley de Humedales que podría ser una buena ocasión para que esta discusión se desarrolle con racionalidad, inteligencia y conocimiento, para darle a esta muy poco conocida y apreciada parte de nuestro territorio un destino que vaya más allá de su simple desaparición.

Fuente: Carlos Reboratti - LaNacion.com

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Los 10 principales avances médicos de la Edad Media

Todavía la percepción que el ciudadano medio tiene sobre la Edad Media es la de que fueron tiempos oscuros, con multitud de calamidades, poblaciones analfabetas y un retroceso sustancial en cuanto a los avances médicos que la Antigüedad había aportado. Todo ello no son más que apriorismos que colocan en un puesto de inferioridad a los tiempos medievales respecto a otros momentos de la Historia. Sin embargo, un análisis detallado nos revela que en el Medievo surgieron muchos de los logros de la Medicina que todavía hoy están vigentes. Aquí están los 10 principales avances médicos de la Edad Media.

1. Hospitales
En el siglo IV de nuestra era el concepto de hospital, es decir, un lugar donde los pacientes podrían ser tratados por los médicos con equipamiento especializado, estaba en su embrión en algunos lugares del Imperio Romano.

Más tarde, en Occidente, los monasterios fueron los centros donde surgieron los primeros hospitales para dar servicio a los viajeros, transeúntes y pobres. Mientras, en Oriente, en el mundo árabe, los hospitales surgieron en el siglo VIII.

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