Tomar aire limpio. Sentir el sol tibio y los perfumes verdes. Ver bailar a los sauces con el viente. Escuchar a los patos. Que aparezca una garcita. Que vuelen caranchos. La Reserva Ecológica es preciosa en otoño. sin la desesperación por palear el calor que empuja a los visitantes en verano, parece incluso más fácil olvidarse de la ciudad con sus trajines -y parte de su confort- por un rato.
La historia de este oasis y sus vecinos se puede empezar a contar en 1918, cuando se inauguró el Balneario de la Costanera Sur, con 250 casillas individuales y duchas. El paseo era tan coqueto que incluso los maceteros fueron inportados de Francia. En esos años abrió la Confitería Munich -devenida en sede del Museo del Humor-, quiosquitos y restaurantes. Luego el espacio se popularizó y ya, en los 60 prohibierion bañarse por la contaminación. Dos décadas más tarde de la Legislatura aprobó el proyecto de Vida Silvestre, Avers Argentinas y Amigos de la Tierra para crear la Reserva.
Hoy, en más de 350 hectáreas, cobija unas 1.500 especies de animales. Y por más senderos bancos, cámaras y tachos de basura que uno se cruce al recorrerla, siempre gana la atención a la naturaleza. El río que abraza, una y otra vez a las piedras. Quizá esa convivencia entre lo rústico -como equivalente de naturaleza- y lo confortable -de lo urbano- sea una de las postales más lindas que uno se puede llevar del lugar. La vista más perfecta desde ese balcón a la naturaleza.
Así que incluso si uno considera al otoño como la estación en la que todo se dispone a morir -en vez de otra primavera, en la que las hojas secas seducen como flores-, acercarse a observar su espectáculo desde la Reserva vale la pena.
Fuente: Judith Savioff - Clarin.com