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Lograron usar en una beba el órgano de un donante sin actividad cardíaca. Se espera que así la cantidad de donaciones de intestino pueda crecer.

“No tengo una respuesta muy romántica: mi zona de confort es el intestino. Cada loco con su tema”. Pablo Stringa sabe que los minutos no sobran y va al grano. Es un joven veterinario platense. Un investigador del Conicet que está viendo los frutos del muy específico campo al que decidió dedicarse: el trasplante de intestino en animales, tema que lo llevó a un hallazgo bien humano. Gracias a él, el número de donaciones de intestino promete crecer en los próximos años.

Hasta ahora se entendía que los intestinos “aptos” para trasplante debían venir de sujetos fallecidos, desde ya, pero con la cualidad de tener actividad cardíaca activa. Parece un sinsentido pero no lo es. En cualquier caso, Stringa probó que no es así.

La explicación de esa aparente contradicción es que “desde el momento en que hay muerte cerebral o encefálica se considera que la persona murió, por más el cuerpo esté 'enchufado' en terapia intensiva y parezca vivo, es decir, por más que haya respiración y el corazón lata”, aclaró el veterinario.

Desde que en los años 60 se hizo el primer trasplante de intestino, el mundo vivió convencido de que solo aquellos órganos con irrigación sanguínea activa (es decir, “enchufados”) eran aptos para usarse en trasplantes.

El trabajo de años de Stringa consistió en probar que también los intestinos “no irrigados” podían ser trasplantados (si solo habían pasado unos minutos desde el deceso), lo que promete ampliar el espectro de potenciales donantes.

Es un asunto nada menor, considerando que el trasplante de intestino es especialmente engorroso: “Es uno de los más complejos, por las cualidades del órgano y por la compatibilidad que se exige entre donante y receptor”.

La frutilla del postre es Emma, una beba española que en estos días evoluciona favorablemente, a ocho meses del trasplante de intestino “en asistolia”, el concepto médico que resume la idea del paro cardiorrespiratorio, que debió atravesar.

Bebés trasplantados

La expectativa de sumar el intestino a los órganos capaces de usarse en asistolia es grande. “El año pasado, en España, el 42% de los órganos trasplantados se obtuvieron de pacientes en estas condiciones”, es decir que no estaban “enchufados”, en el sentido de mantenidos artificialmente con actividad cardíaca.

Son unos minutos, quizás no más de cinco los que se abrirán como ventana ahora. Un paciente que fallece por un paro cardíaco, por ejemplo, podría consolidarse como donante.

Desde que operaron a Emma, ya dos bebés recibieron trasplantes de este tipo en la misma institución española que ella: el Hospital Universitario La Paz, de Madrid. Todo el caso acaba de ser publicado en el American Journal of Transplantation.

La colaboración con España tiene su explicación: además de trabajar en el Laboratorio de Trasplante de la Facultad de Ciencias Médicas de la UNLP, Stringa hizo el estudio preclínico en el Instituto de Estudios Inmunológicos y Fisiopatológicos (IIFP, CONICET-UNLP). Fue con ratas, primero, y con cerdos, después.

Pero la parte clínica, con humanos, estuvo a cargo de médicos de ese hospital español, siempre en colaboración con el veterinario.

A la cabeza del equipo estuvo Francisco Hernández Oliveros, jefe de Sección de Trasplante Pediátrico de ese hospital. “Paco es uno de esos tipos realmente 'tocados' por lo que hace”, destacó Stringa, modesto. “No, no... yo soy más de los de pico y pala”, evaluó entre risas.

Es difícil estimar en qué medida aumentará la oferta de donantes, en parte porque el trasplante de intestino es una práctica poco desarrollada. “Es como el enigma del huevo y la gallina. Es un trasplante que se solicita poco, pero también se realiza en pocos lugares”, remarcó.

“En Argentina se hacen trasplantes de intestino desde el 2000. Salvo países como Argentina o Chile, si precisás un trasplante de intestino en otros lugares de América Latina, te la va a ver difícil”, apuntó.

Las dificultades del trasplante de intestino

“Por un lado, el intestino es en sí difícil por sus características anatómicas. Si mido 1,75 metros y preciso un trasplante, no me puede donar ni una persona de 2,20 ni una de 1,40. Tiene que ser alguien muy parecido a mí en sus características físicas”, describió Stringa.

Además, “es un órgano complejo desde lo inmunológico. Tiene una carga linfocitaria (N. de la R.: de glóbulos blancos) zarpada, sumado a lo que es la microflora”.

En otras palabras, “hay muchas más chances de rechazar un intestino que un riñón. Conseguir la tolerancia inmunológica es realmente muy complejo”.

Según dijo, “al tener tanta carga inmunológica, hay que encontrar un equilibrio. Si el receptor tiene más fuerza que el órgano, lo rechaza. Y si el si el órgano es más fuerte, se genera una condición que se llama 'enfermedad de injerto contra huésped'. El órgano empieza a atacar a su receptor”.

Igual que si la persona tuviera una enfermedad autoinmune, comparó.

Estudiar ratas, salvar bebés

¿Por qué tanto bebé trasplantado? Si bien muchos adultos precisan trasplantes de intestino “por haber tenido un accidente en el que perdieron mucha masa intestinal, o por algún tumor, por ejemplo”, muchas de las enfermedades ligadas a este órgano (del cual se suele decir que es “el segundo cerebro”) se diagnostican en los recién nacidos.

Por ejemplo, si como Emma nacen con una falla que les impide absorber los nutrientes necesarios para cumplir con las exigencias mínimas del crecimiento.

“Era 2016 cuando con Paco escribimos esto como proyecto. En 2022 ya se pudo operar una beba. La satisfacción es enorme”, señaló.

“A Emma por suerte la pude conocer. Y me comunico seguido con los padres. El mundo de la investigación está siempre muy dentro de cuatro paredes. Es ermitaño. Pero nuestro grupo de trabajo busca una medicina más bien trasnacional. Es una satisfacción enorme”, enfatizó.

“Yo quería respirar la problemática del otro lado. En un laboratorio con tubitos y ratas es todo muy light. Pero cuando viajo a Madrid a trabajar, me hospedo con los pacientes y sus familiares en una casa de residencia”, contó.

Luego concluyó: “Cuando uno se interioriza con este mundo... bueno, es tenso, o más bien, sensible. Son situaciones muy críticas. Convivís con la vida y la muerte todo el tiempo”.

Fuente: Irene Hartmann - Clarin.com

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Más tarde, en Occidente, los monasterios fueron los centros donde surgieron los primeros hospitales para dar servicio a los viajeros, transeúntes y pobres. Mientras, en Oriente, en el mundo árabe, los hospitales surgieron en el siglo VIII.

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