1897 - 2024

127º Aniversario - Trayectoria y excelencia al servicio de la profesión.

En Lincoln, en el oeste bonaerense, los Llorente invirtieron en tecnología de punta que les permite imaginar un futuro de máxima productividad y eficiencia.

Hay momentos en que tener futuro es una decisión, un rumbo que se toma con algo de urgencia y con mucho de intuición. Bien lo sabe Álvaro Llorente, que en plena pandemia pasaba horas viendo videos de tambos robotizados y hoy observa con sus propios ojos la transformación que la tecnología de punta está generando en la empresa familiar.

Mitikile produce leche desde hace más de cincuenta años en la localidad de Lincoln, en el oeste bonaerense. Hasta 2018 funcionaban allí tres tambos de 200 vacas cada uno bajo un sistema semipastoril, de día las vacas pastaban libres y a la noche se encerraban.

Con el ingreso a la empresa de la nueva generación Llorente, Álvaro y su hermana Magdalena -y con la convicción y el empuje de Rafael, conductor de la empresa y eterno buscador de nuevos paradigmas-, vino una primera modificación importante que fue el confinamiento de los rodeos en los llamados “dry lots”, lotes sin pasto a los que se acerca todo el alimento necesario. Habían identificado que tenían demasiadas cabezas para el pasto disponible y que hacían un pastoreo ineficiente, y a partir del encierre y una mejor administración del forraje lograron aumentar la producción, pasando de 23 a 27 litros diarios por vaca, y además pudieron sumar cien vacas por tambo.

Así estaban cuando llegó la pandemia: tres tambos, casi mil vacas en ordeñe, una productividad aceptable y unas cuantas familias viviendo en el campo. Pero la estructura empezaba a resentirse, estaba claro que el equilibrio era frágil y que había que dar otra vuelta de tuerca.

Entonces se juntaron, decidieron hacer un planeamiento estratégico y empezaron a espiar el porvenir. “Uno de los factores decisivos al momento de decidir dar un salto tecnológico fue la posibilidad de volver a motivarse, involucrarse, asumir un nuevo desafío familiar”, destaca Álvaro en diálogo con Clarín Rural.

En primer lugar se preguntaron a cuántas vacas podían alimentar con los recursos propios, para no depender de los vaivenes del mercado. Podían salir a comprar concentrados proteicos, algún megafardo de alfalfa, pero el silo de maíz, el raigrás, la avena y los verdeos tenían que salir del campo propio, y con el potencial productivo de 1.000 hectáreas de calidad regular estimaron que podían mantener hasta 1.200 vacas en ordeñe, más las recrías.

Después se preguntaron por la forma más eficiente de ordeñarlas. Tener tres tambos implica mucha logística y desgaste de máquinas llevando rodeos y reservas de una punta a la otra del campo, se hizo evidente que tenían que centralizar el lugar de ordeñe para todo el rodeo. Y además, para ponerse a tono con la tendencia mundial, las vacas tenían que estar bajo techo, con mayor confort.

A las horas y horas de visionado de videos les sumaron unos cuantos viajes por el país visitando tambos, especialmente a Córdoba. “Admiro la iniciativa de los cordobeses, cómo van para adelante”, dice Llorente desde la sombra del galpón de maternidad, el primer techo que pusieron para las vacas. Analizaron varias alternativas y entendieron que la mejor opción para ellos era tener lo que se llama una cama fría, que en comparación con las camas de compost necesita menos mantenimiento. Las vacas duermen directamente sobre tierra y dos veces por día se pasa un cincel para descomponer la bosta y emparejar el terreno. Es más simple pero se necesitan más metros por animal, mientras que los galpones con cama de compost calculan 12 metros cuadrados por cabeza, en la cama fría son 18.

El galpón de maternidad lo levantaron hace ya tres años con postes de madera y techo de lona de plástico, fue el primer pequeño paso en pos del confort animal. Después vino el gran salto. A partir de un plan de financiamiento muy conveniente que les ofreció un distribuidor de una firma global de tecnología, que les permite ir pagando la inversión con litros de leche durante cinco años, se animaron a armar un cuarto tambo totalmente robotizado que a un año de empezar a funcionar ya arroja promedios diarios de 10 litros de leche más por vaca.

Cómo funciona el tambo robotizado
Hoy, en un galpón de 120 por 52 metros, Mitikile tiene 230 vacas en ordeñe. Además de la cama fría, que ocupa la mayor parte del espacio, a un costado hay una calle con piso de cemento por la que pasa el mixer dejando la comida. En la zona del comedero hay aspersores y ventiladores que se encienden automáticamente cuando la temperatura supera los 24 grados, y un robot circular pasa cada tanto arrimando la comida para evitar desperdicios y que el consumo sea parejo. En un extremo del galpón están los cuatro flamantes robots de ordeñe a los que las vacas se acercan cuando sienten la necesidad, a cualquier hora del día, sin intervención humana.

Cada vaca tiene un collar con un chip que los robots leen cuando el animal ingresa, el compartimento se adapta según su tamaño -small, medium o large-, un brazo se posiciona y coloca las pezoneras en las ubres. Mientras las vacas disfrutan de una ración especial de comida que baja desde una tolva, los robots lavan los pezones, los estimulan y extraen pequeñas muestras de leche para analizar. Si identifican un color extraño, presencia de sangre o exceso de células somáticas dan aviso al sistema de que hay que revisar a esa vaca y descartan la leche de ese ordeñe. Durante el ordeñe, el sistema muestra en tiempo real la cantidad de leche que está saliendo de cada cuarto, entre otros datos que ayudan a realizar un manejo exhaustivo de la sanidad y la nutrición, y al final de la sesión realiza el sellado de los pezones.

Las vacas van a los robots de forma voluntaria dos, tres o hasta cinco veces por día, pero con menos de cuatro horas de diferencia no tienen permiso para ordeñarse. Si aparece una pícara buscando una ración extra de comida especial cuando no le corresponde, el robot gentilmente le abre la puerta para que siga de largo. Además, cuando las vacas ya dieron el 80 por ciento de su leche, los robots no les dan más balanceado, y si hay una vaca que precisa tratamiento especial se la aparta automáticamente en un corral específico.

En el tambo nuevo, el promedio de producción es de 37 litros por vaca y hay vacas que en su pico alcanzan los 63 litros diarios.

Los collares, además de ser la llave de ingreso al sector de ordeñe, miden las horas de comida, rumia y actividad de las vacas y arrojan múltiples indicadores de salud y celo, facilitando y haciendo más preciso el manejo.

“Una pauta que nos planteamos fue que sea todo lo más automatizado posible, así se reduce al mínimo la posibilidad de error. Se logra un cambio muy importante en el bienestar de la vaca, y la eficiencia viene del comfort”, sintetiza Llorente, y aclara: “La robotización no es un fin, es un medio”.

A esta altura del cuento vale una aclaración: todo esto los Llorente no lo hacen por amor a la tecnología ni para trabajar menos. Lo que impulsa la movida es un horizonte que ya se puede vislumbrar en los tambos de punta de los Estados Unidos, el de vacas que con la misma genética que se usa en Argentina alcanzan promedios de 75 litros de leche por día. Hacía ahí quieren ir en Mitikile, y saben que la única manera de mantener el confort de esas vacas, que necesitan muchos ordeñes por día, es robotizando la tarea y asegurando la perfección de una rutina durante 365 días al año, sin descuidos, feriados ni emociones que puedan causar un error.

El futuro, en este tambo, ya llegó. La pregunta que surge inevitable es: ¿Va a seguir generando empleo y arraigo en el campo o los robots reemplazarán al factor humano? “El tambo, aunque sea automatizado, tiene sus rutinas y sigue necesitando la misma cantidad de empleados. Hay que limpiar el lente de las cámaras que usan los robots, hay que enseñarles a las vacas a entrar a los robots… Eso sí, ahora el tambero tiene el desafío de manejar mucha más información”, concluye Llorente.

La innovación no para
Al encarar su nueva aventura los Llorente se pusieron la premisa de que todo sea lo más automático posible. Mientras los robots de ordeñe hacen lo suyo y Álvaro recibe toda la data de cada vaca en tiempo real en su celular, se puede ver un robot arrimador que pasa por la calle varias veces por día acercándoles la comida a las vacas para que hagan un consumo parejo y evitar desperdicios, y al finalizar su tarea se estaciona solo y se enchufa al cargador de energía. La climatización también se activa sola, y la limpieza de todo el tambo también. A las 5 de la mañana, cuando menos vacas deciden ordeñarse, se activa uno de los tres lavados diarios del sistema. Las calles y el comedero se limpian cada 4-5 horas por flushing, y esa agua va a parar a unas piletas de decantación para luego volver a circular.

Todo cierra, pero todavía queda camino por recorrer. “Un beneficio del robot es la modularidad. El plan maestro de Mitikile es ir agregando los robots de a cuatro hasta tener cuatro galpones iguales, uno al lado del otro, para reemplazar a los tambos viejos”, dice Llorente.

De esa forma, con el tiempo estará logrado el objetivo de centralizar el ordeñe de 1.200 vacas, con mayor productividad y eficiencia. Y mientras tanto hay otras tecnologías para ir sumando.

En uno de los tambos tradicionales, que siguen funcionando, incorporaron un apartador automático que les ahorra unas cuantas corridas a los tamberos. Al costado del galpón de maternidad ya está listo el terreno para la construcción de una sala de partos y calostrado, y a pocos metros de ahí proyectan una nueva guachera colectiva con amamantador automático. Al fondo se ven los silos, el mixer preparando las raciones para cada categoría, los silobolsas con reservas, las vaquillonas en recría, lotes de maíz que pronto será picado… Hoy Mitikile entrega 30.000 litros de leche por día, y con innovación organizacional y tecnológica sueña con multiplicar su producción y seguir dándole vida a este rincón de la pampa húmeda.

Fuente: Lucas Villamil - Clarin.com

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1. Hospitales
En el siglo IV de nuestra era el concepto de hospital, es decir, un lugar donde los pacientes podrían ser tratados por los médicos con equipamiento especializado, estaba en su embrión en algunos lugares del Imperio Romano.

Más tarde, en Occidente, los monasterios fueron los centros donde surgieron los primeros hospitales para dar servicio a los viajeros, transeúntes y pobres. Mientras, en Oriente, en el mundo árabe, los hospitales surgieron en el siglo VIII.

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