La que sale de las canillas es tan salada que los animales no la consumen. Clarín visitó un refugio en el que buscan ayuda.
No es una excentricidad. No es que en Montevideo las personas están poseídas por el espíritu de la Mariana Nannis de los '90 y gastan fortunas en bañar perros con agua mineral. Acá los perros y gatos la toman.
Una sequía histórica tira fuerte en la capital de Uruguay y "es una seria amenaza para el suministro de agua apta para consumo humano", dice el último comunicado de OSE, que es como nuestra Aysa y la distribuye a todo el país.
Pero hay otros domésticos seres sedientos.
Así como la gente no quiere tomar el agua que sale de la canilla -por la falta de reservas de agua dulce, la corriente ahora es una mezcla de tres caudales y eso aumentó su salinidad- debido al sabor salado y por la incertidumbre de si es potable o no por su mayor nivel de cloruros y sodio, tampoco quieren que la tomen sus mascotas.
Hasta ahí, el tema es debatible. Todo cambia si se piensa en los refugios de animales.
Clarín vivió esta situación crítica con el agua potable desde el centro de internación y adopción de perros y gatos de la ONG "Animales sin hogar".
Esto no sucede en un lugar "en el campo" -aunque en Canelones, a 45 minutos, están los cientos de canes y felinos del refugio-, la crisis hídrica muerde fuerte a pocas cuadras de la Plaza Independencia.
Este centro es uno de los más grandes de Uruguay. Y uno de los más sufridos.
"Con la situación que nos está afectando tanto a nivel agua, en la chacra donde viven los animales rescatados tenemos un pozo y les damos de ahí. Lo que pedimos es ayuda con los traslados de ese agua para cubrir las necesidades los animales que están internados acá o que están en adopción", cuenta Laura Medina, una de las fundadoras.
Al lado de ella -en realidad, abajo- ladra Nina.
Postrada del cuello para abajo, le fabricaron un carrito con el que puede reposar la cabeza y hacer algún metro arrastrándose.
"Está así por el moquillo (o Enfermedad de Carré, una infección viral altamente contagiosa). Esto les pasa a los que están en la calle y no reciben la vacuna. ¿Te parece que le puedo dar agua de la canilla que le dé diarrea, o vómitos? Además, en el centro de internación tenemos otros peques que tienen enfermedades renales. Todos acá toman agua de bidón. De pozo o la mineral que nos donan", marca.
No hay que imaginar en esta nota que esto es un Kosovo de animales rengueando o sin algún ojo. Están los que caminan de a saltos, claro, y uno (con algún ancestro de Jack Russell) que tiene la mandíbula al aire, con su injerto. Pero también están las cinco mujeres que viven para ellos.
Al primer pis agarran la mopa. Y si de repente algunos se desconocen -justo pasó, duró unos segundos pero fue bastante alarmante- dejan lo que estén haciendo y empiezan a aparecer de todos lados para frenar tarascones. No hace falta que ninguna grite ni llame a nadie. Simplemente, emergen desde donde estén.
Es más, el lugar es un pet shop muy bien puesto. De dos pisos. Se costean de esas ventas, de la de ropa reutilizable que se dona y de la tienda online.
En planta baja están los 24 perros (otros 24 están internados al lado) en camas y cuchas. No hay caniles, están de a varios pero divididos en grupos de convivencia. Al fondo están los más activos y hay una plataforma en el medio con desnivel, para que sea más fácil la evaluación veterinaria.
Lo que cambia bastante la estética es que el mostrador de la entrada está rodeado por bidones de agua.
"Estas son de pozo, unos 300 traen entre todos quienes donan su tiempo para trasladarlos desde el campo. En una semana 40 bidones de 6 litros, fácil, se acaban", cuenta Martina, mientras les hace un refill a los tachos de los que mueven la cola más cerca de la entrada.
"El nivel de sal muy alto del agua de la canilla, además de que puede provocar diarrea y vómitos, es más riesgoso para los que puedan tener también problemas cardíacos. Y no sabemos cuáles podrían tenerlos. Por eso optamos, en principio, ¡por no darles ese agua a ninguno! No nos vamos a arriesgar", agrega Laura.
Otra de las empleadas dice que varios perros estaban tomando mucha menos agua. "¡Es salada! Un asco, pobres gordis, así que venimos lidiando con este tema desde hace un tiempito y aún va para rato al parecer, al no llover", marca la fundadora.
Mientras un chico de 30 y con rulitos, deja los dos bidones de agua mineral que donó y preguntá "¿Qué le pasó a Nina?", se escuchan aullidos en el primer piso. Es la gatoteca.
Entre las bibliotecas, donde se puede elegir un título para pasar el enrejado, sentarse en el sillón y hacerles compañía a los gatos, hay 26 felinos. Sabrina entra con un bidón de agua y los michis se acercan como si fuese sardina líquida. Tras una subida a los hombros del fotógrafo de Clarín, que les pone a prueba la curiosidad con su cámara, empiezan a hidratar sus lenguas.
Algo más áspero pasa en el ambiente de la derecha. Un gato negro, como salido de un cuento de Edgar Allan Poe por lo misteriosamente bello, maúlla un poco más.
En ese refugio hay entrega absoluta, agua mineral y también seis gatos positivos de virus de inmunodeficiencia felina y dos con leucemia. "¿Te parece que nos vamos a arriesgar con el agua de la canilla?", cierra Sabrina, antes de abrir esa reja.
[ Leer nota completa aquí ] - Fuente: Emilia Vexler - Clarin.com