Datos oficiales indican que hay 397.649 menores de 10 años y 490.000 canes. Si se suman los gatos, los animales duplican a los ñiños. La baja fecundidad y otras razones del fenómeno.
Las salidas a los parques siempre funcionaron como un buen plan para las familias con hijos pequeños. En esos espacios repletos de verde y aire fresco, ver nenes correr y divertirse junto a sus padres era una postal típica. Ahora, al caminar por cualquier plaza, el escenario es ligeramente distinSandra to. Las familias siguen ahí pero con menos hijos y, en su lugar, más perros que hasta pasean en cochecitos, que cargan en brazos y que integran en sus juegos.
Es que en la Ciudad ya hay más perros que chicos. La información la comparten desde la Dirección General de Estadísticas y Censos del Gobierno porteño: la última proyección poblacional por edad estima que hay 397.649 menores de 10 años; por otro lado, la Encuesta Anual de Hogares 2022 evidencia que hay en el distrito cerca de 490.000 perros.
Como contracara del descenso de familias con hijos, las familias multiespecie crecen. Los resultados de la EAH 2022 –en el módulo”Tenencia responsable y sanidad de perros y gatos”– registran, además, aproximadamente 368.000 gatos. En suma, entre caninos y felinos habría cerca de 858.000: más del doble de nenes.
Si bien se puede establecer una correlación entre estas dos tendencias, no se puede asegurar una causalidad. Hay en juego factores demográficos, sociales, culturales, económicos y filosóficos.
“No es de ahora este fenómeno, pero en los últimos años se ha recrudecido el tema de la fecundidad, que es el número de hijos por mujer. La Ciudad de Buenos Aires es el distrito con fecundidad más baja y por ende se nota mucho más, pero este proceso se aceleró en toda la Argentina”, introduce Enrique Peláez, demógrafo e investigador del Conicet.
Peláez desliza, en primer lugar, el concepto de modernidad: “Los jóvenes de ahora no siguen los mandatos sociales y se priorizan más los derechos individuales. El hecho de tener un hijo complica esos planes: estudiar, hacer un posgrado, viajar o trabajar”.
La edad bisagra son los 30, década en la que se cuestionan y se toman muchas decisiones personales y profesionales que definen el futuro inmediato.
“Se demora el hecho de tener una pareja estable. Luego ocurre que cuando la unión queda constituida, se posterga la decisión de tener hijos más allá de los 30 o los 35 años. Se convierte en algo raro ver a una pareja con muchos hijos, porque tienen uno o a lo sumo dos. Ahora hay muchas mujeres que deciden no tener hijos”, señala el profesional.
Wolanski, doctora en Antropología Social por la UBA e investigadora del Conicet, destaca que esto puede verse positivamente: “En general, en la vida social urbana, la familia se constituye en un proyecto de vida posible entre otros proyectos de vida, eso hace eco de demandas históricas del movimiento feminista respecto de la no maternidad obligatoria y de poder elegir”.
Asimismo, aclara que hay sectores de la población, sobre todo jóvenes, en donde la planificación de una familia en realidad se puede ver “cercenada por la falta de estabilidad laboral y la falencia en los servicios públicos”.
De acuerdo con las Naciones Unidas, se estima que casi la mitad de la población mundial vive en países de baja fecundidad. Según el informe “Los desafíos de la baja fecundidad en América Latina y el Caribe” del Fondo de Población de las Naciones Unidas, el número de países con una fecundidad por debajo del nivel de reemplazo generacional aumentó fuertemente en las últimas 4 décadas.
En la Argentina la fecundidad tuvo un comportamiento estable desde comienzos de este siglo hasta 2014, pero después comenzó un descenso sostenido. Según el informe de la tasa global de fecundidad de la Ciudad de Buenos Aires a cargo de la Dirección General de Estadística y Censos, en el trienio 2019-2021 ninguna comuna supera el nivel de 1,6 hijos por mujer.
Wolanski explica que la vivienda
propia tiene un peso fundamental en torno a proyecciones de vida: “En muchos casos, esperar a tener las condiciones materiales posibles para sostener la crianza en una vivienda es casi imposible. En familias con chicos hay un desplazamiento hacia el Conurbano, en donde se puede acceder a más metros cuadrados de vivienda; en Capital hay familias más pequeñas o personas que viven solas”.
La historia de Cecilia y Ástor empezó hace 6 años, cuando ella tenía 30. Una conocida de ella lo salvó tras ser atropellado en una ruta de la Costa Atlántica. Cecilia siempre tuvo perros en su familia, cada uno era un integrante más. Por eso no dudó en adoptar a Ástor en mayo de 2018. En el proceso de adaptación del cachorro, contó con la ayuda de una adiestradora y paseadora.
“La conexión con Ástor fue inmediata. Si salía del trabajo y se juntaban a tomar algo, yo no iba porque quería volver a casa para estar con él y dedicarle tiempo. Llegó un momento en donde no era una obligación volver a casa para estar con el perro,
sino que era algo que yo elegía hacer”, recuerda Cecilia.
Por eso, para ella fue muy importante empezar una relación con alguien que le diera el mismo lugar de prioridad a Ástor. Hace casi dos años que está en pareja con una persona que nunca antes había tenido un perro, pero dice que ambos se vinculan muy bien. “Ástor es un hijo. Somos una familia, los tres. Y muchas de las decisiones que tomamos son pensando en él. Si nos mudamos o no, porque tenemos un balcón grande y él disfruta de esto”, agrega.
La pareja tiene el proyecto de tener
hijos en un futuro, aunque es lejano: “Siento que encontré a la persona para hacerlo y es algo de lo que se habla. Pero hoy Ástor cumple ese rol, y estamos todo el tiempo pendientes de qué necesita, qué le haría mejor”.
En esta línea, Silvia Vai, veterinaria especialista en etología clínica, cuenta que en su consulta diaria es cada vez más común recibir a perros de personas de 30 años o más, sin hijos en donde se ve que “el perro o el gato ocupan un poco el lugar de ese niño”. A esto suma que hay que estar alerta a que no ocurran casos de antropomorfización en el vínculo entre humano y perro: “El perro es un compañero de vida, puedo decirle ‘perrhijo’ o ‘gathijo’, lo que está mal es olvidar que pertenece a una especie diferente. Tratar a un perro como un bebé o un niño humano, hace que el animal no esté en estado de bienestar, porque no puede ser un bebé humano”. Por esto, la especialista menciona que es importante permitir que el perro sociabilice con otros de su especie.w
Expertos advierten que hay que respetar las necesidades de perros y gatos, no humanizarlos.