Un equipo desarrollado por los rusos que tras la disolución de la URSS se perfeccionó en Estonia produce un poderoso desinfectante en base a la lógica de los glóbulos blancos. El INTA y una empresa lo potenciaron. Ahora que todo está puesto en duda, ¿cómo funciona la articulación público-privada?
Puesto ante un tablero de control, el ingeniero electrónico por la UBA José Mazzitelli descubrió, junto a un grupo de médicos, que los ataques asmáticos se producían de noche y que los afectados debían trasladarse a los hospitales a esas horas para nebulizarse lo que agravaba su situación. Así nacieron los nebulizadores caseros.
Fue un éxito con ventas al alza y se entusiasmó con la exportación. Llegó a Moscú antes de la disolución de la URSS, pero en vez de vender nebulizadores descubrió un aparato que por una combinación de agua y sal común con el pasaje de la electricidad elabora un desinfectante inocuo, orgánico y de máximo poder.
Curioso. La entonces URSS lo había desarrollado para sus exploraciones espaciales y el dispositivo estaba guardado como si se tratara de un secreto de Estado en un subsuelo que supo pertenecer a la KGB.
El rol del INTA
Cuando años después quiso replicarlo tuvo que ir a Estonia y con la indispensable ayuda del INTA lo adaptaron a las necesidades argentinas. “Funcionó”, dice Mazzitelli a Clarín.
Ahora que todo parece estar puesto en duda este es uno de los ejemplos que afloran como muestra de la articulación público- privada. Argentina tiene una de las peores tasas de inversión en investigación y desarrollo de la región: menos del 0,3% del PBI cuando se duplica en el vecino Uruguay y se triplica en Brasil.
Pero hay algo que nos salva de una catástrofe en la era de la inteligencia artificial y es la iniciativa de los científicos y empresarios innovadores que no bajan la guardia.
En el equipo que produce el poderoso desinfectante, el agua y la sal común a través de la corriente eléctrica y vía membranas nanotecnológicas surge el ácido hipocloroso que es lo que segregan los glóbulos blancos del organismo humano para combatir las infecciones.
“Es un material desinfectante de alta potencia que elimina los microorganismos, es orgánico y tiene un poder que duplica al de la lavandina”, explica Mazzitelli.
De los tambos a los cerdos y el tomate
Con el INTA lo desarrollaron para la limpieza de maquinaria, los frigoríficos,los tambos en Carlos Casares y ahora para los criaderos de cerdos.
“Esa putrefacción en los productos se debe, en gran medida, a la presencia de carga microbiana en la superficie de los mismos. La carga se verifica en todo el ciclo de vida luego de la cosecha, por el manipuleo, presencia de gérmenes en el aire y contacto con superficies contaminadas”, amplía.
“ Dentro de las posibilidades para enfrentar esta problemática se encuentra la aplicación en poscosecha de ácido hipocloroso, un producto de las aguas electroactivadas, con amplia difusión en Europa, Estados Unidos y otros mercados. Es eficaz como biocida de bajo costo, nula huella tóxica, sin riesgos operativos. Y presenta la posibilidad de producirlo en el lugar”, nos contó.
En base a un convenio de vinculación tecnológica con el INTA y su Instituto de Alimentos en Castelar realizaron una investigación sobre el aumento de la vida útil en los tomates, una de las hortalizas de mayor volumen de producción y presencia en los hogares.
Y allí se probó el desinfectante con resultados sorprendentes. Lo cierto es que del tomate también saltó a hoteles ecológicos como el de Tafí del Valle en Tucumán y el de los Cocos en Córdoba. Lo emplean en numerosas empresas de servicios de limpieza. Y ya suplanta en los cultivos a los pesticidas químicos.
Pero una de sus aplicaciones más masivas es el tratamiento de efluentes junto al INTA. Esto se llama ciencia y articulación público-privada.